Como toda institución, las empresas operan en un contexto dinámico y cambiante, donde lo que hoy es favorable podría no serlo mañana. En nuestro país, cada día más empresas implementan áreas de gestión de riesgos, motivadas no solo por el interés de prevenir eventos y condiciones que puedan perjudicar los negocios, sino también por la necesidad de planificar respuestas frente a escenarios concretos. 

En un mundo que se acerca cada vez más hacia las fechas límite planteadas por el Acuerdo de París para limitar el calentamiento global, el riesgo climático ha pasado a convertirse en una amenaza real, con efectos que ya pueden advertirse en el día a día de la operación empresarial. 

Ochos años después de que los países miembros de Naciones Unidas se comprometieran con la Agenda 2030, los desafíos climáticos ya no son únicamente una preocupación estatal: son un tema que involucra a la sociedad en su conjunto. Crece entre los consumidores la exigencia por productos sostenibles y aumenta entre los inversionistas la tendencia de colocar su dinero donde se apunta a horizontes que combatan el calentamiento global, además de otras taras ambientales y sociales. 

Por ello, es clave para las empresas medir los riesgos climáticos y gestionarlos, como ya lo hacen respecto a los riesgos financieros, laborales o legales, entre otros. De acuerdo a la consultora KPMG, esta tarea implica incluso ver el reflejo de estos efectos en los estados financieros, “evaluando aspectos como los compromisos sobre emisiones, la financiación ligada al cambio climático o los desgloses de información sobre estos riesgos, entre otras cuestiones”.

Los riesgos físicos y de transición
En el caso específico de los riesgos climáticos, se consideran dos tipos: los físicos y los de transición. En el primer caso, se trata de los peligros derivados del cambio en las temperaturas habituales, directamente relacionados con el calentamiento global. 

De acuerdo al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, es probable que el incremento de la potencia de las lluvias se deba al cambio climático. Más probable aún es que el retroceso de los glaciares y el aumento global del nivel del mar se deban a la misma causa. Respecto a la acidificación de los océanos y el incremento de las temperaturas extremas, se trata de una relación virtualmente confirmada. 

Todos estos nuevos problemas se traducen en desgracias como la muerte de la biodiversidad, la pérdida de cosechas o la paralización del comercio por vía terrestre, por poner solo tres ejemplos que afectan al mundo y, por supuesto, a las empresas.

Por otro lado se encuentran los denominados riesgos de transición, que responden a la necesidad de descarbonizar el planeta y, principalmente, las industrias. En este plano toma un papel importante el progresivo abandono de combustibles fósiles para avanzar hacia energías limpias.

Pero no solo se trata de cambios en la matriz energética. Los riesgos de transición también incluyen “la ecologización de los sistemas de transporte, la mejora de la gestión de residuos, la lucha contra la deforestación, la protección y regeneración de los ecosistemas y el desarrollo de sistemas alimentarios más sostenibles”, de acuerdo al Banco Interamericano de Desarrollo.

Una nueva forma de hacer empresa
Medir y gestionar los riesgos físicos y de transición del cambio climático son un primer paso necesario dentro de un nuevo panorama global que exige a las empresas del siglo XXI el gran reto de la transformación hacia la sostenibilidad.

Se trata de una realidad ineludible para los negocios, más aún si se toma en cuenta que, como encontró EY Perú, la atracción de capitales está cada vez más relacionada a la consideración de criterios ambientales, sociales y de gobernanza corporativa. Gestionar riesgos climáticos es prepararse para un futuro próximo en el que, desde los diversos ángulos de la sociedad, la mira está puesta en la sostenibilidad.