¿Es verídica la encuesta que ha enviado una tía al chat familiar? ¿Es real el video sobre un político que ha compartido mi amigo? ¿Son exactas las cifras que los participantes de un debate citan como evidencia? ¿Es verdad que ya no se puede creer en todo lo que se lee, ve o escucha?

La periodista inglesa Katharine Viner, autora del ensayo Cómo la tecnología interrumpió la verdad, ha descrito este fenómeno contemporáneo como una batalla confusa entre la verdad y la falsedad. Un problema generado debido a que el público ahora se informa por amigos, contactos o familiares a través de las redes sociales, en las cuales no solo las noticias verdaderas y las falsas se presentan sin ninguna distinción, sino que las falsas son “más salvajes que la realidad y más emocionantes de compartir”.

“Cuando ‘los hechos no funcionan’ y los votantes no confían en los medios, todos creen en su propia ‘verdad’, y los resultados pueden ser devastadores”, advirtió Viner en su premiado artículo.

LECCIONES APRENDIDAS

Según la encuesta Global Digital Overview, en todo el mundo las personas pasan alrededor de seis horas con cuarenta minutos cada día en internet. Perú no es una excepción. Por ello, los últimos procesos electorales del país no han sido ajenos a estas nuevas problemáticas informativas.

Para la directora de la Asociación Civil Transparencia, y de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Ruiz de Montoya, Adriana Urrutia, los últimos comicios han evidenciado tres retos: el incremento masivo de las noticias falsas, el desconocimiento de la existencia de estas por parte de muchas personas, y la falta de herramientas ciudadanas que permitan contrarrestar este fenómeno.

“La información veraz y objetiva permite que sean los ciudadanos, de manera autónoma, quienes tomen las decisiones sobre la agenda pública, pero las noticias falsas son un arma tan poderosa que hacen peligrar incluso la democracia, porque estas no parten de la defensa de la institucionalidad, sino de la defensa de intereses”, explica Urrutia. “Por eso, hay que hacer todo el esfuerzo para garantizar a la ciudadanía información objetiva que le permita interpretar lo que sucede”.

IDENTIFICAR LAS MENTIRAS

Esta necesidad la confirma el surgimiento de proyectos como Ama Llulla, una red de nueve organizaciones periodísticas independientes y radios de ocho regiones del país impulsada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que vieron la necesidad de unirse para verificar y evidenciar la veracidad, imprecisión o falsedad de las noticias y versiones emitidas por los principales actores públicos.

Esta iniciativa realiza verificaciones basadas en “criterios y estándares de rigor y precisión”, que permiten determinar “el grado de veracidad” que, luego, publican en sus propias redes sociales con calificaciones de ‘verdad’, ‘falso’ o ‘engañoso’ . Un trabajo que permite resguardar y fortalecer el derecho que tienen los ciudadanos a acceder a información de calidad y  proteger la institucionalidad del país, una meta que forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Dos decisiones, sugiere Urrutia, nos pueden ayudar también a lidiar con esta confusión informativa: en vez de leer todo lo que nos envían, podemos seleccionar cuáles serán los periódicos, canales o radios específicos que vamos a consumir, y también identificar amigos o familiares que sabemos que tienen un mejor dominio informativo para consultarles nuestras dudas o sospechas.

“Es importante que miremos cómo nos comportamos respecto a la información que recibimos”, agrega. “Debemos ser bien críticos y evaluar cómo cada uno de nosotros estamos compartiendo la información que nos llega. ¿Estamos defendiendo nuestro derecho o estamos debilitando nuestra libertad como ciudadanos?”

DATO: Al 56,4% de los usuarios de Internet de todo el mundo les preocupa no poder identificar la veracidad o falsedad de la información.