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La importancia de retribuir a los agricultores por el alimento que producen
La quinua, el famoso cultivo inca, pasó en una década de ser un grano tradicional a convertirse en un super alimento mundial. Durante generaciones, los agricultores latinoamericanos cultivaron más de 3 mil variedades de quinua con diferentes sabores, perfiles nutricionales y adaptaciones climáticas únicas. Sin embargo, gran parte de esta biodiversidad está desapareciendo.
Si bien los mercados son cada vez más receptivos a los productos de la biodiversidad, no toda la diversidad genética tiene potencial de mercado. Actualmente, los agricultores cultivan solo un pequeño puñado de cultivos para el mercado global. Se calcula, por ejemplo, que menos de 20 variedades de quinua se venden en los mercados, según datos de Bioversity International y el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT).
Perú es uno de los centros más importantes de diversidad de cultivos y domesticación en el mundo: cuenta con 184 especies de plantas nativas domesticadas y cientos de variedades. Para que los cultivos tradicionales sean conservados en el futuro, se requiere de la ayuda de las comunidades agrícolas, que trabajan la tierra y custodian la biodiversidad para el beneficio de todos, aunque no siempre sean reconocidos por ello. Pero esto ha venido cambiando en los últimos ocho años.
En 2014, Bioversity International —con la ayuda la Dirección General de Diversidad Biológica del Ministerio del Ambiente (MINAM)— comenzó a implementar en 30 comunidades las Retribuciones por Servicios de Conservación de la Agrobiodiversidad (ReSCA, o PACS en inglés), un esquema que ofrece a los agricultores retribuciones en especies si se comprometen a sembrar y conservar una selección diversa de variedad amenazada.
El objetivo es cubrir entre 15 y 20 cultivos nativos en riesgo, que son importantes para la adaptación al cambio climático, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad de la producción agrícola a largo plazo, todas iniciativas orientadas al cumplimiento del Objetivo de Desarrollo Sostenible 2: Hambre Cero.
“La agrobiodiversidad contribuye, además, a la resiliencia de los paisajes, a aumentar su capacidad de adaptarse al cambio climático o a nuevas plagas o enfermedades. Es el resultado de diez mil años de interacción entre productores y el ambiente. Este proceso evolutivo, así como también los aspectos culturales de las comunidades, se deben mantener en el tiempo por el bien de la humanidad”, explica el economista ecológico, Adam Drucker, investigador de Bioversity International.
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LA VOZ DE LAS COMUNIDADES
Primero, a las comunidades se les pregunta dónde esperarían encontrar las variedades priorizadas, y si estarían de acuerdo en participar en actividades de conservación. Si es así, ¿cuántos miembros de la comunidad estarían interesados? ¿qué terrenos usarían? ¿qué variedades prioritarias para la conservación cultivaron en sus chacras? y, por último, ¿qué recompensas requerirán? Luego de una capacitación para preparar una propuesta, las comunidades lanzan sus ofertas.
“Los criterios de eficiencia y equidad social se toman en cuenta en la selección de comunidades con las ofertas más atractivas”, explica Adam Drucker. Después de firmar un contrato, las comunidades reciben semillas que se acordó cultivar. Las visitas de seguimiento, que se producen en momentos claves del calendario agrícola, brindan asistencia técnica y capacitación a las comunidades.
Finalmente, tras una cosecha exitosa se lleva a cabo una ceremonia de recompensa, que cuenta con la participación de autoridades locales y gubernamentales. Toda la comunidad recibe retribuciones en especie, desde insumos agrícolas, como mangueras y aspersores para el riego, guano de isla, mochilas de fumigación. También materiales de construcción como palas, bolsas de cemento, materiales escolares, hasta colchones.
ENFOQUE RESCA
En diciembre de 2020, cuando el equipo de Bioversity visitó 14 comunidades en las Provincias de Anta, Calca, Paucartambo y Paruro en Cusco, descubrieron que solo el 15% de los productores han seguido cultivando las accesiones de kiwicha de color que recibieron en 2017. Ese año, 16 comunidades con 223 agricultores propusieron cultivar un total de 3.08 hectáreas de kiwicha distribuidas en sus parcelas. Cada productor recibió entre 16 y 90 gramos de semilla para sembrar en un área pequeña. Cuatro años después, entre el 15% de los productores que han seguido cultivando, esta área se ha incrementado a 360 m2 en promedio.
Eso no es todo. Más de la mitad de los agricultores consumieron la mayoría de su producción, y la gran mayoría de ellos consideró que fue importante para la alimentación familiar, especialmente como harina en el desayuno, que se consume en la forma de mazamorra u hojuelas de kiwicha o en forma de grano.
“Después de ocho años de haber evaluado el enfoque ReSCA, podemos concluir que es eficiente y equitativo. Los productores manifiestan su interés en recibir más semillas para continuar cultivándolas, incluso sin más recompensas”, dice Marleni Ramírez, representante de la alianza Bioversity-CIAT y el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT).
En 2019, con el respaldo del gobierno, ReSCA ha ampliado el enfoque a primera escala para cultivar diversidad de papas, quinua y maíz en 130 comunidades, trabajando con líderes locales, gobiernos municipales, sociedad civil, agentes de extensión y universidades. Si Perú es uno de los centros más importantes de diversidad de cultivos y domesticación en el mundo, debe ser tarea de todos —y no solo de los grupos más vulnerables— ayudar a conservarlo.
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