“El informe de este año debería disipar cualquier duda que quede de que el mundo está retrocediendo en sus esfuerzos por acabar con el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición en todas sus formas”. Con esas palabras concluye el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). El reto se presenta abismal: según las previsiones, cerca de 670 millones de personas (el 8% de la población mundial) seguirán padeciendo hambre en 2030. Por ello, asegura la institución, el apoyo del sector público de los países no será suficiente para revertir esta tendencia. La participación tanto del sector privado como de las organizaciones internacionales será clave. 

“Si uno piensa que esta es una crisis global, sistemática y no solo una crisis de alimentos, un gobierno solo o la suma de gobiernos solos ya no es posible que tengan ni todas las herramientas ni todos los recursos financieros para resolver este problema, porque además este se va a seguir agudizando con otros problemas, como el cambio climático”, explica Mariana Escobar, representante de la FAO en Perú. 

Como se ha detallado en las Mesas de Acción por los Objetivos de Desarrollo Sostenible organizadas por Perú Sostenible, el contexto nacional peruano no es ajeno a la tendencia mundial: 13 de las 24 regiones del Perú han reducido sus áreas de cultivo por falta de fertilizantes, se calcula que la producción se reducirá en un 40%, alrededor de 365 mil trabajadores que se mudaron de la ciudad al campo en busca de trabajo debido a la pandemia estarían en riesgo, y los precios para los consumidores han llegado a subir hasta 8.1%.

La crisis alimentaria es una realidad palpable. Sin embargo, las alianzas entre el sector público y el sector privado ya han demostrado ser efectivas ante situaciones complejas. “Existen alianzas sofisticadas que son las que no solo atienden la emergencia, sino que mejoran las capacidades para que el impacto de lo público se potencie y se multiplique”,  señala Carolina Trivelli, ex ministra de Desarrollo e Inclusión Social. “Lo primero en esta situación es que la mayoría de alimentos son perecibles y debe haber una distribución oportuna y ahí el sector privado tiene mucho que ofrecer. Lo segundo es el manejo de información con las nuevas tecnologías del sector privado que permite tomar mejores decisiones. Lo tercero es el manejo de pérdidas y desperdicios de alimentos en esta crisis donde no se debe permitir que ni una hoja de espinaca se desperdicie y el sector privado puede ayudar a mirar este sistema alimentario para evitar que esto suceda”. 

Por ello, la únión de esfuerzos públicos y privados, han planteado distintos expertos y organizaciones, podrían ayudar a establecer medidas y acciones a corto, mediano y largo plazo. Desde la entrega inmediata de cupones alimentarios y la entrega de bonos alimentarios a millones de peruanos, hasta la ejecución de programas de asistencia técnica a los agricultores y la reducción de la dependencia de los alimentos importados. 

“Generalmente cuando pensamos en alianzas con el sector privado pensamos solo en las grandes empresas”, recuerda Trivelli. “Pero el grueso del sector privado es la bodega que le fia a una persona que no tiene plata o el casero del mercado que guarda lo que aún está bueno y lo regala para no botarlo. Eso también es el sector privado” 

Como señala Escobar, de la FAO, el Perú tiene pendiente una política de seguridad aliementaria, pero ello no solo depende de un gobierno, sino de la participación de múltiples actores, incluyendo al sector privado en su sentido más amplio. “El axulio alimentario en este momento nos puede evitar el hambre, pero hay que seguir haciendo esfuerzos para que la gente tenga cada vez más acceso a una dieta saludable”, agrega. “Más en el Perú, donde una dieta saludable cuesta casi seis veces más que una no saludable y eso es una gran contradicción con una región como la de Sudamérica que es una de las más grandes despensas alimentarias del mundo”.