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Sofía Carrillo: “Mi cabello me conectó con mi identidad”
P elo encrespado, pelo feo, pelo malo, desordenado. Parece una cosa. Pero es otra. Parece un asunto frívolo, un comentario inofensivo. Pero hablar del cabello también puede ser sinónimo de racismo y discriminación, disfrazado de coquetería. Hay muchas niñas que lo aprenden temprano. Y Sofía Carrillo Zegarra fue una de ellas. “Mi cabello no era algo para mostrar. Eso te decían y con esa idea crecías”, recuerda la periodista y conductora del programa radial ‘Qué hacer’.
En casa las cosas eran distintas. Había música, una madre que le enseñaría a declamar, zapateo, juegos infantiles como protagonista de la telenovela de moda, panalivios y un padre que alimentaba su curiosidad —y el orgullo por la comunidad afrodescendiente— con lecturas improbables para otras niñas. Pero afuera, una clase escolar o un paseo por el barrio, en San Martín de Porres, podían convertirse en una oportunidad para el racismo más cruel.
“Ahí, con las primeras burlas, es que te das cuenta de que eres diferente”, cuenta la mujer que, con los años, se convertiría en activista y defensora de los derechos de la comunidad afroperuana. Aunque su padre —un profesor de historia que la alentó en sus primeras aventuras en la radio— ya le había hablado de no agachar la cabeza frente a las agresiones, y la discriminación era un tema habitual en las conversaciones familiares; hablar del día a día no era sencillo: “Me daba vergüenza que me insultaran y que eso, además, me afectara”, recuerda la también defensora de derechos humanos y de la mujer.
Cuanto más difícil se ponían las cosas, más fuerte se aferró a los estudios. “De alguna manera, entendí que iban a ser una herramienta para superarme pero, sobre todo, para demostrar que era mucho más que la niña negra a la que señalaban”, cuenta. Esa intuición la ayudó, primero, a ganar confianza para declamar en las actuaciones sin titubear. Y, luego, a representar al colegio en las competencias interescolares y repetir los primeros puestos de su promoción.
Pero hubo algo que, durante años, mantuvo sin concesiones: los peinados pensados para disimular su cabello afro. No era, asegura, un tema de autoestima. “De alguna manera, me habían enseñado que mi cabello era llamativo; y no me sentía lo suficientemente libre para mostrarlo como quería”, cuenta. Y así sería hasta fines de los años noventa, cuando su mamá le propuso hacerle el peinado con trenzas de una actriz afroamericana que habían visto por televisión. “En cuanto me vi, me gustó; y tenía claro que me iba a atrever a salir a la calle”. Para una adolescente que jamás se había permitido usar el cabello suelto, fue un paso liberador. Por eso, las trenzas africanas se incorporaron a su estilo con naturalidad y las usaba a donde fuera.
No es que la aceptación haya llegado con un impulso místico o los problemas con el racismo se hayan esfumado. “De hecho había días difíciles, que me hacían dudar, y volvía al espejo. Pero me miraba y me gustaba. ¿Por qué iba a negar lo que soy? ¿Por qué iba a seguir ocultado mi cabello?”, se pregunta ahora con convicción.
Mostrarse en público con el estilo afro le tomó más tiempo. Aún era algo atípico para el Perú de mediados de los 2000. Y, también, significaba volver a aprender sobre sí misma: desafiar aquellos comentarios que, durante años, le habían hecho sentir que su cabello no encajaba en los estándares de belleza.
El impulso para dar ese segundo paso lo encontró durante un viaje a Estados Unidos, cuando trabajaba en una ONG especializada en derechos sexuales y reproductivos. “Me solté el pelo la noche antes de viajar a Nueva York y me encantó porque allá nadie me miraba raro y, además, había muchas otras personas que usaban afro —recuerda, trece años después—. Así que regresé a Lima totalmente segura: esa era yo y no lo iba a volver a ocultar”.
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Eso que comenzó como una conexión genuina y progresiva con su identidad, se transformó, después de acercarse al feminismo negro, en un símbolo de su propia resistencia contra el racismo. “Me di cuenta de que era un reencuentro con mis raíces, con mis orígenes. Y que, a la vez, podía decir ‘tengo derecho a mostrarme, a ser visible y a que me respeten siendo como deseo ser’”. Ahí estaba, después de todo, la libertad que había buscado por años.
Escribe: Gloria Ziegler
Fotos: Lucía Ríos
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