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Anaí Padilla: “Encontré la belleza en amarme tal cual soy”

L leva sus raíces afroperuanas en la piel, en el cabello, en sus facciones. Pero, sobre todo, en su sentir. A sus 30 años, Anaí Padilla es una mujer que siente su ancestralidad. La transmite. La defiende. La expresa en cada mónologo que estrena y que ha causado revuelo por su contenido antiracista. También lo manifiesta en su vida diaria: en sus peinados que exaltan el estilo africano, en sus vestidos que se inspiran en modelos senegaleses o en su intención de convertirse en un referente positivo para las niñas afroperuanas. 

Pero no siempre fue así. Por años, Anaí fue el centro de las burlas. Primero, por ser negra. Y, luego, por ser obesa. “El colegio fue muy duro para mí, sufrí mucho ‘bullying’”, cuenta la actriz. De pequeña, no entendía de diferencias. Ella creció en una familia con sus raíces afro bien acentuadas, donde todos se sentían iguales, en un barrio popular de San Martín de Porres. Al salir del hogar, entendió que era distinta. “Recuerdo que un día, viendo televisión, le pregunté a mi mamá porque yo no era blanca como Natusha. No hubo respuesta. Creo que desde ahí algo se destapó en mí”.

Al cumplir 12 años, Anaí solo pidió un deseo: lacearse. “Fue el mejor regalo de mi vida”, recuerda. “Quedé planchada y me dije a mí misma ‘por fin, tengo algo con lo que voy a poder encajar’. Me sentía feliz”, afirma. Pero la situación no cambió. La secundaria terminó siendo una etapa arrolladora. “Pasé de ser la burla del salón a la burla del colegio. Me comparaban con una chica mayor, que se llamaba Dora, y empezaron a decirme Dorita. Perdí mi identidad. Cada verano lloraba, porque no quería volver a clases”.

Su madre le decía que tenía que ser fuerte, que debía sobresalir para que la respetaran. “Yo no entendía por qué tenía que esforzarme por ser la mejor. ¿Acaso la gente no podía respetarme como ser humano?”, se cuestionaba. Comprendió entonces que su familia no pensaba que todas esas burlas eran agresivas, porque ellos mismos las habían normalizado. “Nos acostumbramos a experimentar el racismo desde la broma. Lo vemos en la televisión, donde con frecuencia se molesta al andino y al afro. No reconocemos que eso tiene un nombre: racismo”.

En esa época, optó también por callar. Reía para tratar de encajar, pero por dentro estaba llena de sufrimiento. “Se burlaban de mi voz, porque me decían que gritaba o que la tenía muy ronca. Una vez me gritaron ‘negra chola’, en un acto de música andina. No me dejaban sentirme parte de nada. Yo me hacía la que no me molestaba, pero cuando llegaba a casa lloraba. Eso me generó depresión. Era un ser vulnerable. Me sentía discriminada”.

La vida la confrontó cuando tomó la decisión de estudiar actuación. Anaí se vio forzada a enfrentarse consigo misma, a reconocerse y a aprender a amarse. “Inicié mi proceso de búsqueda. Como actriz, yo soy mi propia herramienta de trabajo, así que no lo podía hacer de manera superficial. Tuve que ahondar en mí. La actuación me salvó”, cuenta.

Su búsqueda comenzó por su cabello. Cansada del laceado, se rapó. “Ello significó cortar con mi mamá”, confiesa. “Quería verme distinta, ahondar en mis raíces. Con ese acto me sentí libre”. A medida que fue creciendo, lo trenzó. Luego, los rulos cogieron vuelo. “Las mujeres negras no se atreven a llevar el pelo al natural, porque nos han hecho creer que es feo y desordenado. Y no. Mi cabello es mi raíz, es lo que soy, es mi ancestralidad, mi identidad”.

Anaí ha llevado su cabello afro de diferentes maneras, desafiando a quienes profesan la poca versatilidad de los rizos. Corto, largo, trenzado y rapado con diseños a ambos lados. “Me gusta cambiar mi estilo sin obviar mis rulos”, comenta. Sin embargo, reconoce que haber estudiado  cosmetología en la escuela técnica, le dio una base para saber cómo manejar su cabello. “Tengo algunas referencias sobre cómo tratar mis ondas a partir de la cosmetología, pero veo mucho por internet y allí sigo aprendiendo”.

Y tú, ¿cómo decides llevar tu cabello?

Sus referentes de mujeres negras no están en la televisión. Incluso, cuando decidió estudiar actuación, eran pocas las actrices afrodescendientes que se dedicaban a la dramaturgia. Apenas recuerda a Esther Chávez y a Sonaly Ruiz, quienes siempre hacían papeles de esclavas, sirvientes o marginales. “Nos faltan referentes positivos. Yo pienso mucho en los niños y adolescentes afro: ¿en quiénes se reconocen? Todavía persiste ese tema por querer parecernos a los blancos. Eso sigue siendo súper duro y duele”, afirma.

Por ello, Anaí se ha enfocado en poner su cabello y su voz al servicio de la reivindicación de su cultura. “Lo mío es ‘artivismo’, porque decidí llevar una línea personal de trabajo en el teatro que habla de mis raíces y de los abandonados por la historia”, afirma. “Los niños necesitan referentes, para que puedan presentarse tal cual son. Para que sepan que no está mal ser negro, porque hay diversidad”, comenta.

Ella misma ahora lo entiende y se siente orgullosa de ser afroperuana, aunque admite que las críticas no dejan de herirla. “Tengo claro quién soy, pero me lastima cuando me gritan ‘peínate’ o cuando se me quedan mirando o quieren tocarme el pelo. ¡No soy una cosa rara! Es un ejercicio constante”, explica. “Las mujeres podemos ser diversas. No es lo que nos han vendido. A mí me tocó aprenderlo. Tuve que descubrirlo. Sentirme bien conmigo misma, amarme tal cual soy, sentirme cómoda. Allí fue donde encontré la belleza”.

Escribe: Mirelis Morales
Fotos: Lucía Ríos

Seguras de ser lo que queremos ser

Ellas vencieron los estereotipos y nos contaron su historia ¡Conócelas!

Luisa

Mi cabellos soy yo.

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Nelly

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Alexa

El estilo de mi cabello no define exactamente mi ser.

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De Laura

Estoy orgullosa de mi mamá porque siempre nos ha cuidado a pesar de su trabajo y sus obligaciones, te admiro y te quiero mucho mami!! Eres la mejor!!

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Laura

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Ana

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Cinthya

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