El joven aventurero
Desde su niñez, el futuro almirante Miguel Grau sintió una conexión especial con el mar. Creció en las costas de Paita, donde inició su carrera como marino. A los 19 años, ya había dado la vuelta al mundo.

8 de octubre, 2024

El historiador Juan Luis Orrego explica que en esa época Paita era una de las cuatro principales aduanas del país, junto con las de Arica, Islay y el Callao. Ese puerto tenía gran relevancia desde la época virreinal, no solo por su ubicación estratégica, sino también por su astillero, que lo convertía en parada obligatoria para casi todas las embarcaciones que navegaban en el Pacífico Sur.
La economía de la ciudad giraba en torno a la actividad marítima, que mantenía un movimiento constante de naves dedicadas a la pesca, el transporte de guano y hasta la caza de ballenas. Es fácil imaginar el transcurrir de los días en Paita de Miguel María Grau Seminario, de niño, paseando por la playa, corriendo tras las gaviotas y conversando con los pescadores.
Según narra el periodista e investigador piurano Reynaldo Moya Espinoza en su libro Grau, el peruano del milenio, había pasado menos de un año cuando Miguel le pidió a su papá que lo dejara embarcarse en el bergantín Tescua, dedicado a labores de cabotaje. La nave estaba bajo el mando de Manuel Herrera, un capitán de mar cercano a la familia. Y su padre accedió.
Ese viaje fue su primera aventura en el mar, y fue quizá la más peligrosa hasta el Combate de Angamos. Miguel Grau lo describió de una manera escueta: “Me embarqué en el Puerto de Paita en marzo de 1843, en el bergantín granadino Tescua, (con) su capitán don Manuel F. Herrera, y fui a Huanchaco, y navegando al puerto de Buenaventura, se perdió el buque en la isla de la Gorgona”.
Esta isla, ubicada en las costas de Colombia, es conocida porque de allí fue rescatado Francisco Pizarro junto a las 13 personas que lo acompañaron en la conquista del imperio inca, conocidos en la historia como “Los trece de la fama”.
Narra Reynaldo Moya que el pequeño barco zozobró en una de las fuertes borrascas que se producían en el mar. “El niño, que aún no había aprendido a nadar, fue salvado por sus compañeros (…)”. En Buenaventura tomaron otro barco que los trajo a Paita.

El patriotismo le corría a Miguel Grau por las venas. Su padre, Juan Manuel Grau y Berrío, llegó al Perú como integrante del Ejército Libertador de Simón Bolívar. Participó en importantes batallas, como las de Junín y Ayacucho, y alcanzó el rango de teniente coronel.
Con mayor fervor
Luego de tan arriesgado viaje, quedó enrolado en la marina mercante como aprendiz de grumete. ¿Por qué se le aceptó para esta labor a tan corta edad? El historiador Juan Luis Orrego advierte que, para comprender tal circunstancia, es importante tener en cuenta que la realidad en el siglo XIX era muy diferente a la actual. La esperanza de vida era menor, por lo que era común asumir responsabilidades desde muy jóvenes.
“A los 9 años, Grau ya tenía que comportarse como un hombre. Y luego pasó diez años navegando por todo el mundo. Ahí conoció muchos lugares, personas y culturas, y trabajó con todo tipo de gente. La vida en la marina mercante era dura, estaba centrada en transportar mercancías y pasajeros, ya que en esa época no había ferrocarriles ni aviones, y todo el comercio se hacía por mar”, comenta Orrego.
Forjando el carácter
¿Qué personaje marcó al pequeño Miguel María en estos primeros años? “Después del naufragio del Tescua, el tutor de Miguel Grau, el capitán Manuel Herrera, se dedicó a buscar barcos que pudiese comandar, lo que consiguió hacia 1844, en la goleta nacional Florita, en la que el niño de 10 años se embarcó rumbo al Callao y Panamá”, detalla el Dr. Joseph Dager, historiador y vicerrector académico de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Agrega que posteriormente se incorporó, también bajo las órdenes de Herrera, en el bergantín nacional Josefina, que prestaba el servicio de correo entre Panamá y el Callao. “Herrera fue, sin duda, el primer maestro de Grau en temas marinos, y en no pocos de la vida”, opina.

Entre 1844 y 1853, Grau vivió la transición hacia la navegación a vapor. “Empezó como marino mercante siendo muy niño. Esa experiencia fue determinante para que, finalmente, decidiera ser oficial y servir al país desde la Marina. Así, en 1853, aún menor de edad y con permiso de su padre, presentó la solicitud para entrar a la Armada Peruana, donde fue aceptado como guardiamarina en 1854”, detalla el Dr. Joseph Dager.
La amplia experiencia de Miguel Grau, a pesar de su corta edad, favoreció que lo aceptaran. Su vida militar comenzó a bordo del vapor Rímac, donde estuvo seis meses y 18 días. Según Reynaldo Moya, fue la primera vez que servía en un barco a vapor.
Luego, Grau sirvió en el pailebot Vigilante y el vapor de ruedas Ucayali. Para 1856, ya había obtenido el grado de alférez de fragata y servía en el vapor Apurímac, una de las principales naves de la Armada Peruana.



Un hombre de familia
El ‘Caballero de los Mares’ se casó con Dolores Cabero y Núñez, con quien tuvo diez hijos. Muchas facetas de su vida familiar quedaron registradas en las cartas dirigidas a ella, a pocos meses de entregar su vida por el Perú.
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